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Veintiocho de abril

Raúl se dedicaba todos los días a mirar por la ventana. Sus ojos estaban absortos en la lejanía, se perdían en el sueño del exterior. Raúl ansiaba con salir y disfrutar la primavera: gozar el olor de las margaritas, el sonido de los gorriones cantando y el sabor de los tamarindos recién nacidos en el huerto; pero, hoy no será como los demás días. Lleva más de un mes encerrado, había perdido la cuenta hace unos días gracias a la monotonía de la rutina; pero, hoy es veintiocho de abril. Hoy Raúl cumple un año con Andrés. Hoy es veintiocho de abril. Llevan treintaicuatro días separados. La mamá de Andrés enfermó y tuvo que correr a estar a su lado. Todos los días se llaman y se repiten cuánto se extrañan. El único mensaje del día dice “Te amo hoy y siempre”. No había duda, hoy es veintiocho de abril, despertó estremecido con un miedo que le recorría el cuerpo. El día de hoy significa una promesa, una esperanza. Es su primer veintiocho de abril y solo quiere confiar que su amor es más fuerte que una pandemia.

Veintiocho de abril, once de la mañana. Raúl termina de regar su huerto. No ha desayunado, se encuentra desganado y sin apetito. Se levantó a observar por la ventana, a pensar. De repente sus ojos se clavan en el retrato con Andrés que se encuentra en su habitación, estaba pintado con óleo y más que un cuadro parecía una fotografía. Lo pintó su novio hace unos meses. La imagen retrata su primer beso en la cafetería donde se conocieron y rompieron la barrera de la tecnología, llevaban varios meses hablando por mensajes y desde su primera conversación sabían que había un lazo único, imposible de ignorar: ambos disfrutaban las mismas películas, los mismos libros y el mismo vino; ambos negaban haberse acostado con personas que conocieron en la misma aplicación y a ambos les daba miedo volver a enamorarse de sus encuentros casuales. El cuadro representaba el perdón y el amor que le tenían a sus respectivos pasados y las ganas de volver iniciar. Por esa razón, Raúl se levanta de su silla y corre a buscar que cocinará para la cena.

Veintiocho de abril, dos de la tarde. Raúl se encuentra cocinando. Aprendió esa mala manía de su madre, en el momento que la incertidumbre te rodea, nada mejor que preparar el platillo más complejo que puedas hacer. Sintió la misma incertidumbre que vivió al decidir si era oportuno irse a vivir con Andrés tan rápido. Era evidente que soñaba con vivir con él, pero en su imaginación eso ocurría muchos años a futuro, cuando ambos fueran exitosos y pudieran vivir en algún lugar alejado del aborto de la ciudad. No se imaginaba que se iría a vivir a los seis meses con su novio. Su madre lo animó a rechazar la idea, no conocía bien a Andrés como para irse a su casa al otro lado de la ciudad. Al final aquí está, seis meses después, sacando el vino y preparando la casa para su novio.

Veintiocho de abril, seis de la tarde. Lleva más de cuarenta días encerrado y treinta y cuatro sin ver a Andrés. El trabajo lo absorbe y eso impide que se mate de la desesperación, le gusta realmente editar para el periódico. Aunque honestamente cada día pierde un poco más la esperanza de disfrutar la primavera de este año. Andrés no le escribe más en todo el día, tiene miedo, y ¿si se olvida completamente de su promesa? Raúl decide no escribir, no quiere presionar a Andrés. Dedica un rato a rezar por la madre de Andrés. Su suegra ha sido un ser lleno de luz y esperanza. Siempre se ha preocupado por él y por Andrés. Los ayudó a mudarse y remodelar su casa. Al escuchar que su madre estaba enferma, Andrés corrió sin dudarlo a estar con ella; Raúl insistió en ir con él para cuidarla, era lo mínimo para agradecerle lo mucho que le ha dado a su relación, pero Andrés no lo dejó, le pidió que se quedara. Raúl entendió que su novio tenía miedo de perder a su madre y por eso ha sido especialmente paciente con Andrés. Sin embargo, de verdad esa promesa significa mucho y le dolería tener que pasar esta noche en soledad, pasar esta noche en el derrumbe del dolor.

Veintiocho de abril, diez de la noche. La comida está lista, las velas se prenden y el aroma a vainilla inunda el comedor. Raúl se sienta a esperar en silencio, igual que hace un año. Hace un año había un viso rosado en la mesa igual que hoy. Andrés le pidió ser su novio en esa misma mesa. Había un temblor provocado por el deseo que escurría de los ojos, había un hedor y un sueño que los recorría sentados. En esa velada Andrés hizo la promesa de que esa noche iba a ser infinita, cada año repetirían esa misma cena sin importar la circunstancia. Pero dan la diez de la noche. La pandemia pudo con todo: derrotó a los sistemas de salud, derrotó a la economía y esta noche derrotó al amor.

Veintiocho de abril, once con cincuenta nueve. Andrés entra y besa a Raúl con pasión. Corrección, la pandemia fue incapaz de derrotar al amor.

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Hugo Nava

Hola. Soy Hugo Nava. Ahora ex-alumno que iba en el 602. He publicado en catalejo en físico y es mi primera vez en el sitio web. Me gusta mucho la poesía, escribir historias de amor y comer en McDonald’s. En un futuro quiero escribir un poemario.

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